Otra puñalada del destino
Hola amigo mío.
Sé que hoy es uno de esos días en los que jamás debió amanecer. Uno de esos días en los que al despertar lo primero que recuerdas hace que quieras volver a dormir para no sentir ni padecer. No has perdido a un ser querido, no te ha sucedido ninguna desgracia irreparable, pero tu alma hoy está hecha mil pedazos. Mientras tu corazón sigue bombeando la sangre blanquinegra que corre por tus venas, repites en tu mente una y otra vez aquella jugada maldita o aquel instante en el que todo pudo cambiar, pero vuelves, sin remedio, a la cruda realidad de la derrota y la injusticia. Te rompes la cabeza intentando encontrarle explicación a lo del domingo, pero no se la encuentras porque, simplemente, no la tiene.
Para muchos, este es su primer fracaso. Para ti ya van unos cuantos, pero no por eso te duele menos; al contrario, te duele más. Viviste lo de Santander, Badajoz o Córdoba y a partir de ahora jamás se te olvidará tampoco el lugar que ocupa Vecindario en el mapa. La mala suerte y el infortunio se han cebado contigo. Siempre has estado ahí; por delante de esos ojos llenos de lágrimas, has visto pasar a directivos, entrenadores y a jugadores a los que, con algo de resignación, sueles reconocer cosechando éxitos con otros equipos en los programas deportivos de la tele. Su desdicha sólo duró el tiempo que estuvieron aquí pero la tuya, por desgracia, parece no terminar nunca.
Ya le has pedido explicaciones al Dios del fútbol. Aunque no eres muy creyente, durante el segundo tiempo, más de una vez miraste al cielo y cruzaste los dedos suplicando que entrara alguna de esas ocasiones tan claras que, inexplicablemente, no se convirtieron en el gol que hubiera hecho temblar los cimientos del Cartagonova. Nadie te contesta y tienes la tentación de blasfemar si es que no lo has hecho ya. ¿Dónde está la ventanilla para protestar por semejante atropello? ¿Qué hemos hecho para merecer esto? Sigues buscando explicaciones. El mal fario del Efesé te acabará por poner cara de tonto. Ya comienzas a ser un poco supersticioso y te preguntas si la derrota no será un castigo por haber desatendido últimamente otras cosas más importantes que el fútbol o por haber planificado por anticipado tu viaje a Valencia a la que iba a ser segunda eliminatoria por el ascenso. ¡Te hacía tanta ilusión! Incluso le has cogido manía a esa prenda de vestir con la que fuiste al estadio y sobre la que ya tenías serias dudas antes de acudir al partido. Qué estupidez, piensas, ¿Cómo puedo ser yo el responsable de lo que están sufriendo tantas personas?
Intentas no pensar más en ello, sigues adelante con tu vida y te enfrentas con la rutina y lo cotidiano pero, de pronto, mientras echas gasolina en el mismo sitio de siempre o retomas la lectura de ese libro que tienes en la mesita de noche, te detienes un momento y caes en la cuenta de que la última vez que hiciste lo mismo hace unos días, tu Cartagena aún tenía opciones de ascender de categoría. Se te vuelve a caer el alma a los pies. No lo puedes evitar; por más que te digas a ti mismo que lo has asimilado mejor de lo que esperabas aún te sangra la puñalada que el destino te ha vuelto a clavar en las entrañas.
Estás triste y enrabietado. Aunque eres perro viejo y sabes que con la llegada de los calores estivales y el anuncio de nuevos fichajes volverás a ilusionarte, no puedes evitar la desesperanza que te inunda al pensar que en septiembre volveréis a ser los mil quinientos de siempre. Los mismos que comentareis el juego del Efesé, la marcha de la liga en primera división y, con algo de sumisión, los resultados que cosechan el Vecindario o el Levante B en la División de Plata del fútbol español. Esta última reflexión te invita a preguntarte en lo que hubiera sucedido si los futbolistas del Cartagena hubieran estado más acostumbrados a ver las gradas repletas desde principio de temporada. Te preguntas por qué se puso el partido a las nueve de la noche, una hora a la que nunca hemos jugado, si de lo que se trata, cuando se juega en casa, es de que todo sea lo más familiar posible para los jugadores propios y extraño para los de fuera. Y puestos a preguntarte cosas, piensas en si se hubieran atrevido a anular el gol de Sívori en Vecindario, de haber estado ese fondo repleto de seguidores del Cartagena en lugar de viéndolo por televisión…
No te hagas más preguntas ni busques más culpables. Al fin y al cabo ninguna de las posibles respuestas justifica un desafuero como el del domingo. Merecíais ascender y ya está. Aún sigue estando en vuestra mano rebelaros contra el destino y hacer mejor las cosas el año que viene. Tenéis que estar unidos. No podéis permitir que pasen otros siete años hasta la llegada de un nuevo play off de ascenso porque cuantos más play offs disputéis, más probabilidades tendréis de ascender. Hablando de estar unidos; dadles una nueva oportunidad a esos jugadores que se fueron del estadio entre lágrimas y aplausos porque ellos ahora se sienten más unidos a vosotros que nunca. Ellos son los que habrán de llevaros a Segunda División el año venidero. Ya lo veréis.
Y tú, amigo mío, no llores más ni pierdas la ilusión. Descansa ya. Tu Efesé siempre estará ahí y estoy seguro de que si su escudo pudiera hablar, te diría que te quiere tanto como lo quieres tú a él. Os quedan muchos partidos que vivir juntos y muchos éxitos que celebrar. Además están muy cercanos; sólo tienes que tener un poco de paciencia.
Ojalá todos los aficionados fueran como tú...un abrazo.