Domingo 26 de Agosto a las 20:30 (Cartagonova): FC Cartagena - Real Jaen

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Tras Los pecados de la afición del "Efesé" (1ª Parte) y siguiendo con mi propósito de disertar sin rumbo fijo sobre las cualidades (no siempre positivas) que caracterizan a los seguidores blanquinegros, me gustaría diferenciar claramente entre el quemasangres y el agonías. De hecho, podríamos afirmar que merced a que todos los cartageneros tenemos bastante de agonías, los quemasangres tienen su éxito garantizado. Y es que si el objetivo del quemasangres es fastidiar y quitarle el ánimo a cualquiera que se le ponga por delante, nada mejor para lograr sus objetivos, que verse rodeado de sujetos con una especial querencia por el pesimismo y la fatalidad, que los haga más influenciables.

El Agonías...



Un agonías, a diferencia del quemasangres, no pretende fastidiar a los demás con sus juicios derrotistas; los emite porque es su naturaleza y no lo puede evitar. Es más; a menudo no los proclama sino que los guarda y los sufre para sí. Ahogarse en vaso de agua es su deporte favorito y, me atrevo a asegurar, que con el paso del tiempo y el cambio de generación, el agonías ha ido perfeccionando una peligrosa vertiente masoquista que le hace disfrutar de sus propios miedos. Resulta palmario que todos los cartageneros tenemos cierta tendencia al lamento y al pesimismo así que ello nos convierte a todos, de alguna forma, en agonías de distinta condición (a la par, dicho sea de paso, que en presas fáciles de nuestros amigos los quemasangres).

Pensemos, por ejemplo, en lo que ocurre en la gradería cuando el Cartagena tiene la fortuna de que le piten un penalti a favor en su propio estadio. Indiscutiblemente, la señalización de la pena máxima por parte del árbitro despierta inmediatamente un enorme júbilo y entusiasmo en todos y cada uno de los aficionados, independientemente de su ralea o condición. Pero pronto, generalmente coincidiendo con el momento en el que el jugador del Cartagena encargado de lanzar la pena máxima coge el balón y da los primeros pasos hacia el punto fatídico, empiezan a generarse unas terribles dudas en el fuero interno del aficionado de a pié, que terminan por convencerle de que algo horrible va a suceder; “Ahora hay que meterlo” “¿Y si lo falla?”, “Seguro que lo falla…”



Es justo en ese instante de duda, en esos momentos de tensión generalizada, cuando a mí me gustaría poder parar el tiempo y realizar una encuesta entre todos los presentes para determinar cuál piensan que será el resultado del lanzamiento. Les daría un bolígrafo y un trozo de papel en el que se pudiera leer escuetamente: "Marque con una equis: ¿Lo mete o no lo mete?". O mucho me equivoco o tengo para mí que el “no lo mete” ganaría por abrumadora mayoría y, lo más importante, que la diferencia sería mucho más grande que la que pudiera darse, tras realizar el mismo experimento, en cualquier otra ciudad que no fuera la nuestra. Por supuesto, reanudado el juego y si por un casual el resultado del penalti hubiera sido, por desgracia para nuestro equipo, el de no verse transformado en gol, el agonías no dudará en aseverar en voz alta aquello de “Lo sabía. No, si ya te lo desía yo…”

¿Por qué los cartageneros somos así? Francamente, no lo sé. A menudo pienso que es una especie de mecanismo de defensa. Una especie de “estar preparados para lo peor” para que si, por si acaso ocurre, el golpe no sea tan duro. En cualquier caso da la sensación de que la cosa ha degenerado bastante y que, con el paso de los años, se ha parido como resultado final una negatividad y autocomplacencia bastante alarmantes que son, seguramente, las responsables últimas de la ya famosa “apatía del cartagenero”. Parafraseando con alguna que otra licencia el personaje de Yoda en La Guerra de las Galaxias, me atrevería a decir que “El miedo conduce a la duda, la duda al pesimismo, el pesimismo al conformismo y el conformismo a la apatía”.

Bueno, si alguien no ve la relación o esto último le parece una estupidez da igual porque mi intención no era meterme en este berenjenal filosófico que, “luego a luego”, nada tiene que ver con el sano deporte del balompié. Lo que sí diré, para terminar, es que si aceptamos que para todo en la vida es necesario el ánimo y el optimismo, está claro que esta manera de ser nos perjudica notablemente. Quizás resulte pretencioso afirmar que es la causante de todas nuestras desgracias (en este caso deportivas) pero ¿quien nos dice que toda esa energía negativa no se transmite de algún modo a los jugadores que defienden nuestros colores en el campo?

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