Felices fiestas y hasta el año que viene...¿no?
El partido del pasado domingo frente al Aguilas es de esos que se recuerdan pasados los años. No sólo por la forma en la que se perdieron dos puntos (al final y de manera injusta) sino también (cómo me gusta decir esto) por el excepcional juego desplegado por el equipo en la segunda mitad y por la electricidad que transmitieron los futbolistas a las gradas del Cartagonova en determinados momentos. Fue un espectáculo digno de verse a cualquier hora del día (ya sea mañana o tarde), y preferiblemente in situ, y no por televisión. Un espectáculo, en definitiva, que nos reconcilia con Amaral y con la plantilla y, desde luego, nos hace ser optimistas de cara a una segunda vuelta en la que se decidirá el futuro de nuestro equipo.
Pasados, sin embargo, todos esos momentos salpicados de emoción, euforia, decepción, y sobre todo de calentón tras la actuación del impresentable trencilla Yañez Mejías (que se puede dar la mano con aquel Gómez Gómez del 0-4 ante el Tarrasa hace ya unos años…), hay algo que me rechinó bastante y que debo decir aquí aún a riesgo de seguir alimentando mi fama de criticón que presta demasiada atención a detalles sin importancia. Para mí la tienen…
Ayer me dolió que el equipo no se despidiera de su público como es debido. Esto es, saliendo a aplaudir al final del encuentro. Y me dolió no porque crea que la afición se mereciera dicho aplauso habida cuenta de lo bien que se portó durante todo el partido animando a los nuestros. Tampoco por el hecho, emotivo, de que se tratara del último partido en casa antes de Navidades y del final de un año (recordemos) en el que todos, equipo y afición, hemos vivido juntos intensas emociones que debieran servir para unirnos un poco más. Simplemente creo que es obligación de nuestros jugadores hacerlo en cada partido independientemente del resultado y ¡qué diantre! que no cuesta tanto.
Hasta yo me doy cuenta de que, tal y como se sucedieron los hechos al final del encuentro, de lo que más ganas tenían los jugadores era de alcanzar el vestuario y salir pitando a sus casas a olvidar el cabreo. De hecho muchos aficionados hicieron lo mismo y se marcharon, jurando en arameo eso sí, con el gol del Aguilas sin esperar siquiera a que se sacara de centro. Pero eso no es óbice para que se hagan las cosas como es debido. Alguien debería cuidar más este tipo de detalles si es que queremos llegar a ser grandes algún día. Algunos aficionados, como digo, se fueron, pero otros nos quedamos, aparte de con la decepción del resultado, con el molde del aplauso hecho, con envidia sana de la afición del Aguilas (que sí tuvo premio de los suyos) y sin la posibilidad de agradecer el esfuerzo a los jugadores y desearles unas felices fiestas y una buena entrada de año. Una pena.
Pasados, sin embargo, todos esos momentos salpicados de emoción, euforia, decepción, y sobre todo de calentón tras la actuación del impresentable trencilla Yañez Mejías (que se puede dar la mano con aquel Gómez Gómez del 0-4 ante el Tarrasa hace ya unos años…), hay algo que me rechinó bastante y que debo decir aquí aún a riesgo de seguir alimentando mi fama de criticón que presta demasiada atención a detalles sin importancia. Para mí la tienen…
Ayer me dolió que el equipo no se despidiera de su público como es debido. Esto es, saliendo a aplaudir al final del encuentro. Y me dolió no porque crea que la afición se mereciera dicho aplauso habida cuenta de lo bien que se portó durante todo el partido animando a los nuestros. Tampoco por el hecho, emotivo, de que se tratara del último partido en casa antes de Navidades y del final de un año (recordemos) en el que todos, equipo y afición, hemos vivido juntos intensas emociones que debieran servir para unirnos un poco más. Simplemente creo que es obligación de nuestros jugadores hacerlo en cada partido independientemente del resultado y ¡qué diantre! que no cuesta tanto.
Hasta yo me doy cuenta de que, tal y como se sucedieron los hechos al final del encuentro, de lo que más ganas tenían los jugadores era de alcanzar el vestuario y salir pitando a sus casas a olvidar el cabreo. De hecho muchos aficionados hicieron lo mismo y se marcharon, jurando en arameo eso sí, con el gol del Aguilas sin esperar siquiera a que se sacara de centro. Pero eso no es óbice para que se hagan las cosas como es debido. Alguien debería cuidar más este tipo de detalles si es que queremos llegar a ser grandes algún día. Algunos aficionados, como digo, se fueron, pero otros nos quedamos, aparte de con la decepción del resultado, con el molde del aplauso hecho, con envidia sana de la afición del Aguilas (que sí tuvo premio de los suyos) y sin la posibilidad de agradecer el esfuerzo a los jugadores y desearles unas felices fiestas y una buena entrada de año. Una pena.